Dr. Jorge Barudy Labrin* Aunque una parte importante de nuestra práctica profesional es la de ofrecer atención terapéutica a víctimas de la violencia humana, tanto de la que se conoce como violencia organizada, como la violencia intrafamiliar, nos sentimos parte de la comunidad de investigadores/as que sostienen que lo característico del ser humano no es la violencia, sino el altruismo y el amor. Compartimos con muchos otros investigadores la idea que los humanos somos fundamentalmente una especie afectuosa y cuidadora. La biología, en tanto ciencia de la vida, nos ha permitido concebir el ser humano de esta forma positiva, reconociendo sus competencias y capacidades para producir, proteger y reproducir la vida a través de ese conjunto de sentimientos, comportamientos y representaciones que constituyen la realidad del amor (Maturana H. 1990, Varela F. 1996). Una de las manifestaciones más relevantes del amor son el buen trato y las capacidades de cuidar a los demás. Cuidar y tratar bien a los demás es algo natural y tiene tanta base biológica como buscar comida, descansar, dormir o reproducirse. Los orígenes del buen trato subyacen en la profundidad del origen de nuestra naturaleza como animales sociales. Desde el momento de la concepción de una nueva cría, en la infancia, en la vida adulta y en la vejez ninguna persona puede sobrevivir sin los cuidados de otra. La sanidad física y sobre todo mental depende de los buenos o malos tratos que recibamos en nuestra existencia En mí caso, fue mi contacto cotidiano como terapeuta, con los estragos provocados por la violencia intrafamiliar en niños y mujeres lo que me motivó a interesarme por estudiar la otra cara de la realidad humana la del respeto, los cuidados y los buenos tratos entre las personas. Por esta razón mi foco de interés se desplazo del querer comprender: ¿Por qué y cómo se producen los malos tratos y en tan alta incidencia sobre los niños y las mujeres?, A estudiar ¿ Por qué la mayoría de las personas, necesitan ser bien tratadas para sentirse bien y sanas, y por qué esta mayoría, especialmente las mujeres participan en dinámicas sociales de buenos tratos?. * Neuro-psiquiatra, psiquiatra infantil, terapeuta familiar. Director de los Centros EXIL, Bélgica y España. 1 Comprender esto último nos ha permitido avanzar en la comprensión de lo primero En el marco de esta conferencia quiero insistir, que ser cuidado y bien tratado es una de las necesidades básicas de los seres humanos y que esta así como cuidar son instintivos. Aunque el concepto de instinto ha sido y se sigue utilizando tendenciosamente para legitimar determinadas creencias integristas, optamos por considerar que las necesidades de cuidados y de buenos tratos pueden considerarse instintivos. Las observaciones de Stern, Braselton o Kramer muestran que los niños y las niñas desde su más temprana edad se preocupan y tratan de participar en los cuidados de sus progenitores ilustran este fenómeno. Pero, a diferencia de otros «instintos» como alimentarse o auto protegerse que son conductas que comienzan y terminan en el individuo, los cuidados y los buenos tratos adoptan la forma de relaciones recíprocas y complementarias entre individuos. El origen de estas capacidades se encuentra: 1) En los constituyentes biológicos del amor, las hormonas de los cuidados. A las cuales nos referiremos mas adelante y que son la base de 2) Las experiencias de APEGO SEGURO, que a su vez emergen de interacciones precoces suficientemente sanas entre los padres, especialmente la madre y los bebes. Como en toda la fenomenología humana aquí, se produce también la integración de lo biológico con lo social para constituir eso que llamamos lo psicológico. Desde la vida intrauterina hasta la vejez, el entorno afectivo y social moldea y conforma la expresión de la herencia genética de una manera que a veces apenas se percibe. Nadie puede dudar hoy día que la constitución biológica y las experiencias relacionales se influyen, complementan y perturban mutuamente. Gracias a nuestra biología somos capaces de relacionarnos con los demás, incluso en nuestra vida intrauterina, cuando sólo somos un prototipo de una mujer o de un hombre. Al mismo tiempo las relaciones sociales y la afectividad forjan nuestra biología, incluso en lo que se refiere a la manera que nuestros genes se van a manifestar. A este respecto, la investigadora Shelley E. Taylor (2002) en su libro “ Lazos vitales” hace una excelente revisión de diferentes investigaciones que han demostrado que 2 los buenos cuidados maternales pueden incluso prevenir los efectos mórbidos potenciales de un gen. De esta manera una enfermedad hereditaria puede no materializarse si la crianza del niño o de la niña se caracteriza por los cuidados y los buenos tratos. Por lo tanto, la existencia de un contexto de cuidados y buenos tratos sirven para explicar el porque, niños con la misma predisposición genética a sufrir una determinada enfermedad la manifiestan o no. La función primordial de las conductas de cuidados y de buenos tratos es promover y proteger la vida de los miembros de una familia, de una comunidad, especialmente de los más vulnerables. Estas son vitales en situaciones de crisis sociales o familiares en donde van a jugar un papel fundamental en la regulación y modulación de las manifestaciones orgánicas, y neuroendocrinas del estrés y del dolor. Esto es fácilmente demostrable en las experiencias de la vida cotidiana. Por ejemplo, si por desgracia un niño tiene o ha tenido un accidente y hubo que llevarlo a un servicio de urgencia, su sufrimiento, será menor si los padres y los niños son acogidos con respeto, empatía y cariño por el personal de guardia. Mas aun, está demostrado por mediciones de las tasas de endorfinas y serotonina en la sangre, que son hormonas analgésicas y antidepresivas secretadas por el cerebro, que las tasas son mas altas cuando un niño accidentado es atendido en presencia de un ser querido que le habla y que le apoya emocionalmente. En relación a esto a veces me da un poco de vergüenza por miembros de mi gremio médico que por su autoritarismo y omnipotencia desprecian estos recursos naturales para manejar el dolor y el estrés. Los efectos positivos de las prácticas de cuidado resultan evidentes al observar la interacción de las madres suficientemente sanas con sus bebés, pero continúan operando a lo largo de toda la vida. La vida de todos los seres humanos y en particular la de los niños y niñas que se ven afectados por la presencia de relaciones de cuidado y de buen trato, así como por su ausencia. Tenemos suficientes argumentos y testimonios para afirmar que el instinto de proporcionar cuidados y buen trato es tan tenaz como otras funciones vitales indispensables para la supervivencia. 3 A primera vista, parecería que una manada de antílopes tiene poco en común con una comunidad humana. Pero, como muchas especies, incluida la nuestra, los antílopes han descubierto que pastar y viajar juntos y organizados es el mejor modo de protegerse y defenderse de sus predadores. Existe además en la organización de la manada un pequeño grupo que cuida al grupo aun en riesgo de ser atrapado más fácilmente. Se trata de un “equipo” formado por los antílopes más fuertes que permanece siempre en una posición de retaguardia, intentando permanecer en zonas más altas para detectar la presencia de predadores. Solamente cuando la manada está a suficiente distancia y fuera de peligro, ellos se ponen en marcha y así sucesivamente. Si cada antílope funcionara por su cuenta, les sería muy difícil escapar de sus perseguidores. No sólo es el grupo que les protege, sino también los cuidados prodigados por los miembros dominantes de la manada. ( Maturana, H. Varela,G., 1984) Los seres humanos presentamos una serie de comportamientos sociales análogos. Los datos arqueológicos y antropológicos sugieren que hemos sido cuidadores desde el comienzo de nuestra existencia. Relatos arqueológicos describen restos de esqueletos de seres primitivos con alteraciones congénitas o cicatrices de huesos fracturados que pudieron vivir bastante tiempo para esas épocas. Si esto fue así alguien tendría que haberles cuidado (Taylor, S.E., 2002). Además, la biología nos ha entregado elementos para aceptar que si la condición natural de los animales humanos no hubiera sido el altruismo social y los cuidados mutuos, la especie humana se habría extinguido inexorablemente. (Maturana H., Varela F.1984, Cyrulnick, B. 1989., Taylor, S.E., 2002). En el presente, cuando la vida familiar y en comunidad se basa en dinámicas de buenos tratos y de cuidados mutuos, sus miembros gozan de ambientes afectivos nutrientes, reconfortantes y protectores. Diferentes investigaciones, pero sobre todo nuestras propias experiencias cotidianas, nos permiten constatar que las buenas compañías, los cuidados y la solidaridad hacen nuestras vidas más felices, más sanas y más larga. De nuestras practicas terapéuticas podemos testimoniar que son las dinámicas de cuidados mutuos y de buenos tratos- facilitadas por los profesionales de nuestros equipos- las principales responsables de la curación de las heridas traumáticas de miles y miles de refugiados que llegan a Europa, victimas de la guerra, de dictaduras brutales como la existió en Chile, de experiencias de genocidio inimaginables como han ocurrido y ocurren bajo la indiferencia mundial en África. 4 Lo mismo es valido para las víctimas, niños y mujeres, de las diferentes formas de violencia familiar con quienes trabajamos. Por esta razón queremos confirmarles en esa idea tan fundamental, que cualquiera sea el método terapéutico empleado, lo que alivia el dolor y el sufrimiento, es la calidad de la relación ofrecida por la persona del terapeuta. Esto ha sido demostrado por la investigación sobre el impacto de las diferentes escuelas psicoterapéuticas Esta calidad hace referencia a la vinculación afectiva, la empatía, el respeto incondicional por el otro y la autenticidad. Todos ellos son los ingredientes fundamentales de una verdadera relación de cuidados y de buen trato. Por supuesto, la familia o nuestros grupos de pertenencia pueden también ser fuente de estrés y sufrimiento, pero cuando sus dinámicas fundadoras son los buenos tratos y los cuidados mutuos, éstos promueven la buena salud y facilitan los procesos de curación de enfermedades físicas o de traumatismos psíquicos. Creemos que las relaciones humanas basadas en el buen trato son más que el resultado de convenciones sociales, son posibilidades que emergen de nuestros recursos biológicos y que influyen nuestra biología a lo largo de toda nuestra vida, al tiempo que son influidas por ella. Los cuidados mutuos y los buenos tratos son una tarea humana de importancia vital que moldea y determina la personalidad, el carácter y la salud de los niños y por ende de los adultos que serán. Esta es una de los argumentos más validos para prevenir los malos tratos infantiles o intervenir de una forma precoz para disminuir las posibilidades de daños irreversibles. Porque los contextos que forjan una persona sana, son aquellos que proporcionan cuidados, protección, educación y socialización, en los periodos tan cruciales de la vida, como son la infancia y la adolescencia. Esto determina no sólo las capacidades de las personas a cuidarse a sí mismas, sino además la posibilidad de cuidar y atender a las necesidades de los demás. Nadie puede negar que relaciones afectivas nutritivas y constantes, como las que se producen entre las madres, los padres y sus hijos en familias suficientemente sanas, son tan vitales para el desarrollo de los niños como los alimentos y los nutrientes calóricos que necesitan. Incluso en las relaciones adultas, la atención a las necesidades mutuas y los buenos tratos es un factor de protección frente al estrés y las dificultades de la vida cotidiana. Así por ejemplo, numerosas investigaciones muestran que una vida de pareja solidaria y respetuosa prolonga las expectativas de vida y promueve la buena salud. (Tousinant M., 1995). 5 LAS HORMONAS DEL BUEN TRATO: EL SUSTRATO BIOLÓGICO DE LOS BUENOS TRATOS Al explorar la naturaleza de las relaciones de cuidado y buen trato detectando y midiendo las tasas de hormonas, diferentes investigaciones descubrieron la existencia de las mismas sustancias en cantidades considerables, en situaciones en que los cuidados eran vitales (Taylor S.2002). Estas hormonas son: La oxitocina, La vasopresina, Los péptidos opioides endógenos. Estas sustancias se encuentran en la sangre en tasas considerables en diferentes contextos de buenos tratos, ya sea en las relaciones de cuidado y buen trato de madres con sus hijos e hijas, en relaciones entre mujeres y hombres o en las relaciones dentro de un grupo. Estas hormonas intervienen en conductas sociales de muchos tipos y forman parte de lo que los neurófisiologos denominan “circuito neurológico asociativo”. La existencia de estos “circuitos hormonales asociativos” se expresan en la vivencia de las personas por sentimientos de vinculación emocional, como el apego intenso que una madre siente por sus crías o como los lazos de amistad sorprendentemente fuertes que se pueden crear y sentir con diferentes personas. El papel de estas hormonas no se limita a facilitar la vinculación emocional, sino como lo veremos, ellas juegan un papel fundamental frente a situaciones amenazantes o de peligro provenientes del entorno en que se quiere protección y cuidados de todo tipo. Las respuestas cuidadoras en situaciones de estrés. La tendencia a responder cuidando a los demás en situaciones de crisis, donde existe una acumulación de factores de estrés es una respuesta fundamentalmente femenina. Esto fue al principio descuidado por los primeros investigadores del estrés quienes insistieron que las características de las respuestas humanas al estrés eran sólo la huida o el ataque. 1 En nuestra experiencia, al reconstruir las respuestas al estrés de las mujeres víctimas de violencia organizada o violencia en su propia familia, constatamos que sus respuestas no son necesariamente el contra atacar o huir. De hecho, en muchos casos ocurre más bien lo opuesto. 1 Para un examen de los orígenes históricos de la respuesta de lucha o huida véanse Cannon (1932) y Selye (1956). Para una perspectiva sobre cómo la metáfora de lucha o huida ha guiado la investigación sobre el estrés y el modo de afrontarlo, véase Taylor (1999). 6 Por ejemplo, muchas madres africanas cuyas familias fueron víctimas de persecución y ellas mismas estuvieron en peligro de muerte, nunca dejaron de intentar hacer todo lo necesario para salvar, proteger y cuidar a sus hijos y a los otros miembros de la familia. Ahora, en el exilio en Bélgica hacen todo lo necesario para procurar relaciones de buen trato a sus hijos e hijas. Esto a pesar del estrés que se transforma en un fenómeno crónico, resultado de sus dificultades sociales, el racismo cotidiano y las políticas de expulsión de los países europeos, estas madres se preocupan de proteger a sus hijos y de asegurarles los cuidados que necesitan. Por otra parte, ellas participan activamente de los programas comunitarios de autoayuda que entre otros, el Centro Exil en Bruselas y España les ofrece. En estos casos, asistimos a otro tipo de respuesta al estrés propia de las mujeres que es la de solicitar ayuda y de participar en dinámicas de ayuda mutua. ( Barudy J.; Marquebreuq A.P.& Crappe J.I. 2001). Aunque parezca inverosímil, durante décadas se generalizó como únicas respuestas posibles al estrés a aquellas que presentaban los machos. De nuevo, el hecho de obviar lo particular de las respuestas femeninas, tiene sin duda su explicación en la influencia de los condicionantes de género en los equipos de investigadores. Por ejemplo, las respuestas al estrés que más frecuentemente han sido estudiadas, han sido la de los machos. Esto, porque los investigadores de animales han estudiado sólo las reacciones de ratones machos. En ellos, los comportamientos de ataque o huida son las respuestas características. La explicación que se ha dado es que las ratas -hembras- presentan cambios hormonales tan rápidos que no se pueden obtener resultados específicos en relación con la existencia de mecanismos fisiológicos propios de las hembras sometidas a situaciones de estrés. En el caso de los estudios humanos, la mayoría de los estudios biológicos del estrés han sido realizados por hombres y con hombres. Lo que es muy probable es que las respuestas al estrés de los seres humanos hayan evolucionado durante los millones de años de la existencia humana. Resistir a las amenazas del entorno fue y es una tarea fundamental para la preservación de la especie. La selección natural moldeó en gran medida estas respuestas, pues las personas que no podían ofrecer una respuesta adecuada a situaciones tan graves como el ataque de los depredadores, los desastres naturales o la agresión de los intrusos, morían jóvenes sin poder transmitir su “herencia genética” a su descendencia. En la teoría de la evolución se supone que si dichas amenazas eran comunes para hombres y mujeres, cabe deducir que las respuestas al estrés habrán evolucionado de forma muy parecida. Si esto es así, tanto hombres como mujeres experimentamos en general frente a una situación de estrés una reacción fisiológica que se expresa entre otros por la aceleración del ritmo del 7 corazón, un aumento de la presión arterial, sudoración y ligero temblor de las manos. Estas respuestas son el resultado de la activación del sistema endocrino que secreta los neurotransmisores conocidos como adrenalina y noradrenalina. Estas inundan el organismo preparándole para entrar en acción contra la amenaza o condicionar la huida de ella. Este proceso que se conoce como activación simpática es el responsable de las respuestas de lucha o huida. Un segundo sistema que se activa en situaciones de estrés lo constituye el llamado sistema hipotálamo-hipófiso-suprarrenal. Su activación no se siente tan claramente como la excitación simpática, pero provoca las sensaciones de preocupación angustiosa y el sentimiento de amenaza acechaste que caracteriza la vivencia en los periodos de amenaza y tensión. Cuando los factores de estrés activan este sistema, se liberan hormonas que suspenden actividades corporales no esenciales en favor de actividades que fomentan respuestas oportunas y efectivas al estrés, como la agudeza mental y la liberación de energía. Estas sustancias preparan al cuerpo para afrontar las amenazas con los mejores recursos corporales. Es importante recordar que en el caso de los seres humanos la amenazas pueden ser reales o imaginarias y en ocasiones estas últimas desencadenan respuestas de alta intensidad. Esto es importante porque basta que un sujeto crea que otra persona es peligrosa, aun sin conocerla para que se comporte defensivamente e incluso agresivamente contra ella. En lo fundamental, hombres y mujeres experimentan estas reacciones orgánicas de una manera similar. Sin duda, las mujeres experimentan las mismas vivencias que los hombres frente a una amenaza, pero luchar y huir no siempre se encuentran entre sus respuestas prioritarias. En efecto, la respuesta de lucha o huida ante el estrés puede ser más viable para los machos que para las hembras. Las hormonas masculinas, sobre todo la testosterona, parecen avivar la respuesta de lucha, y multitud de pruebas, desde las peleas de los niños en los patios de recreo, hasta las estadísticas de delitos violentos, la violencia hacia la mujer, así como el origen de las guerras, sugieren que la agresión física en respuesta al estrés es mucho más común entre los hombres que entre las mujeres. Así mismo, la huida les resulta a los hombres más fácil, al haber interiorizado que el cuidado de los niños es una obligación de las mujeres. Por lo tanto, lo que los estudiosos –masculinos- del estrés no notaron, es que hombres y mujeres afrontan las situaciones de amenazas y estrés con finalidades diferentes. En general, los hombres y las mujeres establecen un orden jerárquico diferente a la hora de elegir qué es lo prioritario frente a una amenaza vital. Las hembras de todas las especies mamíferas, incluidas las humanas, han sido las principales protectoras y cuidadoras de las crías, por lo cual en sus modelos 8 de respuestas al estrés han incorporado a lo largo de la evolución, modelos de protección de sus crías que en muchos casos son prioritarias a las conductas de lucha o de huida. Si esto no hubiera sido así, la existencia misma de la especie humana habría estado en peligro Si, en las múltiples situaciones de peligro que han amenazado a las mujeres, todas las madres hubiesen elegido huir, abandonando a sus crias, las posibilidades de que éstos hubieran sobrevivido serían muy escasas. Por otra parte si hay un género que ha sido permanentemente agredido en la historia de la humanidad, especialmente por el género masculino son las mujeres. El mérito de las mujeres es inmensurable, por una parte han sobrevivido a la barbarie sexista de los modelos patriarcales impuestos por los hombres y por otra parte, han desarrollado mecanismos de protección, buentrato y cuidados, no sólo para sus crías, sino para los otros miembros de su familia y su comunidad. Las investigaciones recopiladas o realizadas por la doctora Shelley E. Taylor y su equipo (2002) describen como en épocas de estrés, los comportamientos cuidadores de las madres como calmar a sus hijos, tranquilizarles y atender sus necesidades, al mismo tiempo que encontrarles escondites en el entorno, resultan muy efectivos ante un amplio conjunto de amenazas. Al tranquilizar a sus crías y ponerlas fuera de peligro, logran en muchas ocasiones salvarles la vida. Esto es corroborado por nuestras propias observaciones en el seno de nuestro programa para sostener el buen trato y el cuidado de los hijos en familias exiliadas. Los múltiples testimonios de madres apoyadas por nuestro programa dan cuenta de una enorme creatividad para protegerse a sí misma y a sus hijos en situaciones tan extremas que la mente humana a veces le es a veces difícil de imaginar. Es el caso de lo que aconteció a una madre ruandesa cuya familia fue atacada por una banda de una etnia rival. A los hombres de la familia los mataron y a ella y a sus hijas se las llevaron. La madre fue víctima de una violación colectiva y las dos niñas de pequeña edad abandonadas en el campo. La madre nos cuenta, ya exiliada en Bélgica, que en lo único que pensaba era cómo encontrar y salvar a sus hijas. Lo consiguió, pues tuvo la inteligencia de burlar la vigilancia de sus verdugos, encontrar a sus hijas y caminar días y días alimentándoles con lo que encontraba en el campo. Después de varios días de marcha llegó a un campo de refugiados, pudiendo viajar posteriormente a Europa. Esta mujer fue madre por tercera vez en Bélgica, como resultado de la violación; en ningún momento rechazo a su bebé pues lo consideraba una víctima más de la barbarie humana. Actualmente es una de las mujeres que más aporta en nuestro programa de autoayuda de apoyo a los buenos tratos hacia los niños, mostrando una gran capacidad de apoyo y empatía con otras mujeres que como ella han sufrido esta violencia organizada. 9 En relación con esto último, resulta evidente para nosotros que otras de las conductas propias de las mujeres confrontadas a situaciones de amenaza es la de solicitar ayuda de otras mujeres y participar en dinámicas grupales de ayuda mutua. El recurrir al grupo social para conseguir ayuda ante las amenazas puede resultar muy eficaz para disminuir el estrés en relación con quienes no lo hacen. Por supuesto, pedir ayuda al grupo social en situaciones de estrés protege tanto a los hombres como a las mujeres, pero esto es más accesible sobre todo a las mujeres, pues culturalmente se lo permiten con más facilidad. Esto es fundamental en el caso de las madres, pues su participación grupal proporciona a sus hijos otras personas que se ocupen de coeducarles y de protegerles ((Barudy J. Marquebreuq A.P. 2001, 2002) . La inclinación de las mujeres a recurrir al grupo social para solicitar y aportar ayuda en situaciones de estrés, figura junto con la posibilidad de embarazarse y parir, entre las diferencias de sexo más fiables que existen. Uno de los primeros investigadores en mostrar que asegurar la protección y los cuidados a la progenie es un aspecto central de la respuesta de los animales hembras al estrés fue Michael Meaney (Meaney, M.1996 citado por Taylor S.E 2002), un biólogo y psicólogo que estudió con una gran perspicacia una serie de fenómenos que otros pasaron por alto. Por ejemplo, los investigadores que habían constatado que si sacaban las crías de una rata del nido de su madre, las golpeaban y se las devolvían, repitiendo el proceso varias veces, éstas se desarrollaban mejor físicamente en comparación con las que se les dejaba solas en un nido. Meaney observó lo que hacían las madres cuando les devolvían a sus crías. Después de cada una de las sesiones de golpes que un grupo de “sádicos” humanos prodigaban a las ratitas en nombre de la ciencia, las madres ratas se acercaban a las crías recién llegadas, comenzando una vigorosa sesión con lamidos, caricias y alimentación. Traducido al lenguaje de los humanos, las madres ratas parecían comunicar a sus crías “Qué bueno que has vuelto, estaba tan preocupada, siento no tener el poder de defenderte de las palizas de esos abusadores de delantal blanco, pero por lo menos ahora puedo curar tus heridas y cuidar de ti”. Lo que demostró la investigación posterior de Meaney y sus colegas, fue que es la atención maternal lo que ocasionaba que estas crías se desarrollaran mejor que las que no recibían cuidados maternales. O xitocina : la hormona de los cuidados. Diferentes investigaciones apuntan a señalar que lo que impulsa a las madres a dar prioridad al cuidado y el buen trato de sus crías tiene relación con la capacidad del 10 organismo femenino de producir una hormona conocida como oxitocina (Nelson, Panksepp y otros autores citados por Taylor S.E, 2002). A esta hormona se la conoce mejor por su contribución al parto, pues la desencadena y con la producción de la leche con la cual la madre amamanta a su bebé. Además, la oxitocina es responsable de las sensaciones agradables que acompañan a la madre después del sufrimiento del parto. En el periodo que sigue al parto, siempre y cuando no se han presentado complicaciones y la madre ha estado bien atendida y rodeada por los suyos, una intensa tranquilidad se adueña de ella. Es evidente que haber terminado una de las experiencias más agotadoras y dolorosas de la vida de la mujer, puede explicar la sensación de alegría porque el parto ya pasó. Pero las madres describen un estado de tranquilidad mayor al que puede ser atribuido al alivio de una experiencia dolorosa. Posee otra cualidad prosaica, sin duda, el amor y las capacidades de apego por el recién nacido forma parte de este estado de bienestar. La oxitocina tiene un efecto sedativo y de hecho, muchas investigaciones sobre animales han llegado a la conclusión que cuando se les inyecta oxitocina, éstos se tranquilizan, se vuelven menos inquietos y se les induce un suave estado de sedación. Pero esta, no se libera sólo durante el parto y la lactancia, también se libera durante acontecimientos estresantes. Shelley E.Taylor (2002) postula y argumenta con muchas pruebas experimentales que la secreción de oxitocina es la base biológica que explica las capacidades de las mujeres a brindar cuidados y a tratar bien a los demás. Lo mismo vale para sus capacidades de asociarse con otras mujeres en dinámicas de ayuda mutua. La oxitocina no sólo produce un estado de calma fiable, sino además es la hormona social de la mujer. La existencia de esta hormona en la sangre en situaciones de estrés, la hacen también candidata para explicar que muchas mujeres sometidas a situaciones de amenaza tengan la calma suficiente para elegir de no luchar ni huir, optando por proteger y ocuparse de su progenie. Investigadores de la Universidad de Cambridge al inyectar oxitocina a ovejas hembras descubrieron que sus conductas maternales aumentaban considerablemente. La madre oveja trataba ostensiblemente mejor a sus crías, las lamía y las acariciaba con más frecuencia tras la inyección de oxitocina. La oxitocina puede ser uno de los recursos más importantes que la naturaleza a proporcionado a las mujeres para asegurarse de que las madres se ocupen de sus crías, 11 las traten bien y les proporcionen los cuidados que sean necesarios para que lleguen a la madurez, protegiéndolas sobre todo en épocas de estrés. Entre las restantes hormonas que tienen que ver con la conductas de buentrato , se encuentran los péptidos opioides endógenos, que son los analgésicos naturales del cuerpo. También parecen desempeñar un papel en el sentimiento de placer, cuando una persona tiene una conducta social altruista. Este es el caso de los cuidados maternales. La activación del sistema de la beta-endorfina durante el final del embarazo y la lactancia puede fomentar que surja un afecto positivo de las madres hacia sus crías. Existen otras hormonas implicadas en la conducta maternal. El estrógeno y la progesterona actúan juntos para resaltar la receptividad materna durante el embarazo, preparando a las madres para la maternidad después del parto. La noradrenalina, la serotonina y el cortisol también se elevan. El hecho que varias sustancias secretadas por el cuerpo humano se ocupen de lo mismo es una indicación que la naturaleza asegura la existencia de los procesos fundamentales para la vida y la maternidad; los cuidados y el buen trato de las crías son un ejemplo Otros estudios han demostrado que la hormona prolactina aumenta cuando las mujeres atienden a sus hijos, pero también cuando cuidan a los niños de otras madres. La capacidad natural que tienen las mujeres para implicarse en relaciones de ayuda, parece estar regulada por algunas de estas mismas hormonas. Esto parece ser válido también para explicar el placer de las relaciones de amistad. Cuando se suministra a los animales hembras una inyección de oxitocina, se comportan como si hubieran recibido la poción de la amistad. Las hembras buscan mayor contacto social con sus congéneres y miembros de su manada. Los péptidos opiodes endógenos también facilitan las conductas sociales, haciendo que las mujeres sientan mayor placer que los hombres, al participar en relaciones de amistad y de autoayuda. Un tipo de prueba para confirmar el rol de las hormonas de la mujer en sus capacidades de sentir placer cuando colabora y cuida a los demás, es la observación comparativa de la conducta y las emociones de mujeres de las que se sabe que tienen altos niveles de oxitocina, madres que están amamantando, por ejemplo, en comparación con los de mujeres que no lo hacen. Shelley E. Tylor (2002), a quien hacemos referencia a menudo por la importancia de sus aportes a nuestra práctica actual, hace referencia a los trabajos de una endocrinóloga sueca Kerstin Uvnas-Moberg. Esta investigadora descubrió que las mujeres que están dando el pecho a sus bebés son más tranquilas y sociables que el resto de la misma edad. Es más, las cantidades de oxitocina que esas mujeres tenían en el torrente circulatorio predecían lo tranquilas y sociables que eran. Tan importante como esto fueron las relaciones que la investigadora estableció con las respuestas singulares de estas mujeres al estrés. 12 Ella demostró que las mujeres que están amamantando muestran menor excitación simpática que el resto de las mujeres, además de suprimir las respuestas del sistema hipotalámico-hipófiso-suprarrenal, por lo que las madres que amamantan, reaccionan con menos dramatismo a los estímulos exteriores concentrándose mayormente en los cuidados de sus bebés. Otros científicos han llegado a conclusiones parecidas. Se trata de unos resultados importantes: Tanto en los humanos como en los animales sociales no humanos, la oxitocina se asocia con la reducción de las respuestas neuroendocrinas al estrés, es decir, con una reducción de los condicionantes biológicos que predisponen a la lucha o huida. Considerando todos estos elementos que emergen de lo específico de la biología de la mujer, el llamado sexo débil en el modelo sexista, es al contrario, portador de una fuerza extraordinaria y de una capacidad fundamental para la supervivencia de la especie. La capacidad de cuidar y de asociarse para participar en dinámicas cooperativas y de autoayuda, está lejos de ser un signo de debilidad, al contrario es un poder que dignifica al género femenino, pues se trata de un poder que se ejerce con y para los demás. Lo que la cultura patriarcal ha hecho ha sido manipular el altruismo social de la mujeres, reduciéndolas a un papel desvalorizado, pero obligatorio de cuidadoras. En los contenidos culturales sexistas, se encuentran además una serie de premisas para que las mujeres consideren sus capacidades inferiores a aquellas que los hombres se han autoatribuido, como el de ser el “sexo fuerte”. Desgraciadamente, la historia ha mostrado que el poder masculino se ejerce de preferencia sobre los demás para mandar, dominar, oprimir o violentar. Al mismo tiempo, dentro del discurso patriarcal existen un cúmulo de mensajes y mecanismos de manipulación para que las mujeres se sientan culpables cada vez que no cumple cien por ciento su papel de cuidadoras. Las capacidades cuidadoras y bien tratantes de los hombres Como veremos, los hombres tienen también una estructura orgánica que les permite también implicarse en los cuidados y el buen trato de sus crías. Pero la cultura patriarcal parece ser más poderosa para la mayoría de los hombres que los condicionantes orgánicos. Esto es también válido para algunas mujeres, pero afortunadamente las mujeres totalmente patriarcalizadas son una minoría; aquellas las encontramos en los medios de poder económico, político o militar. A veces sus identificaciones a los modelos sexistas masculinos es tal, que pierden todas las características femeninas altruistas que hemos descrito. Los hombres biológicamente hablando, se implican más en funciones protectoras en el sentido de defender a su progenie y esta capacidad es debido a influencias hormonales diferentes. 13 En una mujer, el estrógeno realza los efectos de la oxitocina. Esto significa que, los efectos de esta hormona sobre las respuestas al estrés de cuidar a los suyos y de asociarse en dinámicas de cooperación se ampliarán por la presencia simultánea del primero. Pero, las investigaciones muestran que los efectos de las hormonas masculinas sobre la oxitocina puede ser justo lo opuesto. Los hombres producen poca oxitocina y además parece que los andrógenos son antagonistas de ella, es decir, pueden verse reducidos por la presencia de las hormonas masculinas. Por ejemplo, la testosterona suele aumentar en situaciones de estrés, pero la repercusión de la oxitocina sobre la biología y la conducta masculina en estas situaciones puede ser mínima (Taylor S., y col.2000). Los cambios culturales resultado de los movimientos feministas han permitido a muchos hombres sacudirse de los condicionantes patriarcales y mostrar que ellos pueden ser también buenos cuidadores y tratar bien a sus hijos e hijas, sin perder el carácter específico de su función. Lo interesante ha sido determinar cuáles son los condicionantes biológicos que lo permiten. David Geary (1999), sostiene que la capacidad de cuidar y de crear amistades está también presentes en los hombres, pero su origen es diferente. Comparados con otros mamíferos, en particular con los primates, los padres humanos tienen una mayor capacidad para cuidar y atender a sus crías. Los buenos padres humanos son capaces no sólo de proporcionar el sustento debido a su progenie, sino además ser amorosos, cuidarles y demostrar que están orgullosos de ellos. Estos son los padres que invierten tiempo en las actividades de sus hijos, se interesan por sus formas de ser y aprender . Son padres capaces de enseñar, proteger y cuidar a sus hijos, quienes ocupan un lugar prioritario en sus vidas. Las bases biológicas de la paternidad bientratante. Lo que realmente distingue al buen padre humano no ha sido bien dilucidado, puesto que no existen demasiados buenos padres cuidadores en otras especies, ha sido difícil identificar los componentes universales de la buena paternidad o comprender el circuito neuronal subyacente. Los padres han obtenido escasa atención en las investigaciones tendentes a dilucidar el origen biológico y psicológico de las capacidades de cuidar y tratar bien a los niños. Hasta hace poco, el papel del padre en los cuidados de sus hijos se ha considerado más bien como un apoyo a la madre, la cuidadora primordial. 14 Pero, en la práctica hay padres que son capaces por sí solos de sacar a un hijo o una hija adelante, facilitando su crecimiento y su desarrollo. Nuestras observaciones de padres interactuando con sus hijos en nuestros talleres de promoción de buenos tratos, nos permiten afirmar que en ciertos contextos las conductas paternales se parecen mucho a las maternales. Los padres al relacionarse con sus hijos pequeños describen sentimientos de felicidad similares a los de la madre y exploran a sus nuevos bebés del mismo modo que lo hacen las madres, comenzando con los dedos y las extremidades. Los padres responden de modo similar a las madres, con angustia y atención a sus necesidades, ante el lloro de los bebés. Los padres hablan con los bebés buscando que éstos les comprendan, de forma muy parecida como lo hacen las madres: elevan las voces, disminuyen la velocidad y pronuncian cada sílaba con cuidado. A su vez los niños bien tratados, crean lazos de apego seguro con sus padres que en nada se distinguen a los creados con sus madres. Buscan la cercanía con ellos y protestan cuando se marchan, del mismo modo que lo hacen con sus madres. Cuanto más el padre se interesa, juega y cuida de sus hijos, más evidentes son los indicadores de apego entre ellos. Aunque no se puede afirmar con exactitud que existe un circuito neuronal paternal comparable al maternal, existen pistas que son tentadoras. Por ejemplo se sabe que el circuito neuronal de la agresión se desconecta al menos parcialmente. Pero esto no basta. La ausencia de agresividad no es el único factor que explica una paternidad cuidadora. La hormona vasopresina está siendo considerada como una de las hormonas que predispone a los hombres a tener comportamientos de cuidados hacia los demás, frente a situaciones de estrés. Lo que hace a la vasopresina tan interesante es que, desde el punto de vista molecular, parece idéntica a la oxitocina, salvo por dos pequeñas cadenas de aminoácidos. Ello sugiere que ambas hormonas pueden deber su origen a una versión más simple: la oxitodicina. En un momento determinado, la hormona única se convirtió en dos y, con esta división, llegaron a desarrollar funciones algo diferentes. La vasopresina, que tienen tanto hombres como mujeres, se conoce fundamentalmente por regular la tensión arterial y el funcionamiento renal, pero al igual que la oxitocina, también es una hormona responsable de la respuesta de estrés. Es aquí donde las cosas se vuelven realmente interesantes. Los hombres y las mujeres liberan vasopresina en respuesta al estrés, pero mientras las hormonas masculinas amortiguan los efectos de la oxitocina, pueden amplificar los de la vasopresina, convirtiéndola en una influencia potencial sobre las respuestas cuidadoras de los hombres. 15 Si la oxitocina se asocia con la capacidad de cuidar y procurar buenos tratos a sus crías; en algunos animales como el ratón macho de las praderas, se elevan los niveles de vasopresina cuando éste se comporta como un cuidador de sus crías guardando y patrullando su territorio, manteniendo fuera de peligro a la hembra y las crías (Cyrulnick B.,1994, Taylor S.E, 2002) A diferencia de la mayoría de los mamíferos machos, el ratón de las praderas es una pequeña criatura monógama que elige compañera y permanece con ella el resto de su vida. La cuida y protege, y en general la mantiene a salvo. Puesto que los humanos son también mayoritariamente monógamos, el ratón de las praderas proporciona un modelo animal potencial para comprender si los hombres tienen o no una capacidad de cuidar y proteger a sus hijos en situación de amenaza y de estrés. La escasa investigación realizada sugiere que la vasopresina podría estar involucrada en este tipo de respuestas masculinas. Algunos hombres protegen y tratan de cuidar a las mujeres y los niños en épocas de estrés y situaciones de amenazas, aunque en general sus conductas tienden a la huida o al ataque. Es probable que en los años venideros se sepa más sobre los componentes biológicos de los cuidados paternales. Lo que está claro en la actualidad es que comparada con la maternidad, los cuidados paternales son más volubles y tal vez estén menos determinados por la biología. Es posible que los factores culturales tengan más influencia sobre la biología cuidadora de los hombres, en relación a las mujeres. Por consiguiente, se puede afirmar que muchos hombres son buenos padres, es decir bientratantes y cuidadores de sus hijos porque deciden serlo. En esta toma de decisión, han estado ayudados por mujeres emancipadas de la opresión patriarcal, que les han ayudado a perder el miedo a la ternura y a los cuidados de sus hijos e hijas. Las madres también ejercen una importante elección acerca de su maternidad, pero la naturaleza les da además recursos biológicos; el poder embarazarse, amantar y gozar casi espontáneamente de la crianza están allí para testimoniarlo. No hay que olvidar que las historias de vida y las dificultades sociales, así como la desvaloración de la mujer en la cultura patriarcal son factores que pueden influenciar desfavorablemente la aventura biológica de la mujer. Quizás los hombres que optan por ser buenos padres tienen menos recursos biológicos para resistir al peso de de la cultura sexista. En este sentido, debemos reconocer el mérito que supone el aprendizaje de la parentalidad cuidadora en que el hombre debe desarrollar una sensibilidad especial a las señales de sus hijos y también a las señales de la madre, para responder con conductas de buenos tratos y cuidados. 16 Esto nos parece una opción fundamental pues criar un niño es una tarea maravillosa , pero compleja y difícil por lo que se necesitan todos los recursos posibles , los de las mujeres por cierto, pero también los de los hombres. Por otra parte es evidente que criar juntos los hijos puede fortalecer y crear lazos y dinámicas de cuidados mutuos entre ellos, que pueden ser más duraderos y de mejor calidad. La buena parentalidad debe estar sustentada en una relación sana de pareja. Cuando los hombres apoyan a las mujeres, también suelen apoyar a los hijos. Pero la paternidad no es idéntica a la maternidad, ni siquiera cuando es más activa. Es menos probable que los padres atiendan el cuidado básico como la alimentación y el cambio de pañales con la misma empatía que una buena madre; en cambio, pueden ser excelentes organizadores y animadores de los juegos de sus hijos. Son más estimulantes, vigorosos y perturbadores con los bebés que las madres. Esto puede crear un contexto estimulante para su desarrollo. Puesto que los niños necesitan momentos estimulantes y excitantes para madurar, así como momentos más nutritivos y menos agitados que obtienen con mayor frecuencia de las madres. Por lo tanto, podemos ver allí una complementariedad, base de una parentalidad sana y bientratante. Así pues, está claro que cada uno de los progenitores puede tener una relación sensible y receptiva con sus hijos. A titulo de conclusión: Hemos querido compartir nuestra convicción que los seres humanos poseen todos los recursos necesarios para ofrecer cuidados y buenos tratos a niños y niñas, insistiendo que estos son el mejor antídoto a la violencia y a los malos tratos cometidos en las familias, en las instituciones y en la sociedad. Estamos convencidos que estos buenos tratos, pueden asegurar el bienestar y la salud infantil, y más adelante transformarse en el pilar de la salud mental de los adultos y por lo tanto del conjunto de la comunidad. El punto de partida de estos son los recursos biológicos de las madres, pero también sus competencias y su coraje, para responder a las necesidades de sus hijos cuidándoles, y protegiéndoles y educándoles aun en situaciones extremas como la pobreza o el exilio. Esto hace de las mujeres el sustento de la vida y de la preservación de la especie, ya es hora que esta fuerza les sea reconocida. Por otra parte, es el martirio de miles de mujeres y el combate de tantas mas que ha logrado remecer la cultura sexista y patriarcal abriendo la posibilidad a muchos hombres de encontrar nuevas formas de masculinidad que se expresa no solo en el respeto y la colaboración con las mujeres, sino que también en practicas paternales de cuidados y de buenos tratos a sus hijos. Estos hombres y mujeres son los capaces de apegarse sanamente a sus hijos, de tener empatía, de educarles y socializarle con modelos de crianza basados en el respeto de ellos como sujetos de derecho y con necesidades propias. Además al participar en redes sociales les proporcionan otras fuentes de apoyo y bienestar. Estos son los padres y 17 madres que al tratar bien a sus hijos e hijas pueden contribuir a que un día no tan remoto podamos respirar el aire puro de una sociedad sin violencia y malos tratos.